El creador de la saga química confesó su arriesgado plan original: la muerte de uno de los protagonistas. La víctima designada, en un principio, era el cuñado agente de la DEA, Hank (Dean Norris), en un impactante desenlace. Gilligan buscaba una sacudida que dejara a los televidentes atónitos, pero la huelga truncó sus intenciones. La limitación de episodios llevó a una oportunidad inesperada de replanteamiento, evitando así la fatalidad.
La huelga, vista como una bendición por el propio Gilligan, resultó en una transformación fundamental. No solo redujo la temporada de nueve a siete episodios, sino que también frenó el destino funesto de Hank. Esta pausa forzada permitió un realineamiento creativo y, según Gilligan, “evitó que la serie se desvaneciera en la oscuridad”. Así, Breaking Bad encontró su ritmo, allanando el camino hacia su legendaria grandeza y redefiniendo la televisión moderna en su esencia.